Thursday, September 29, 2011

El Gaucho Aré





                                                    El Gaucho Aré
Los caminos en el Chaco son largos, serpentean entre el follaje y el monte bajo. Y se pierden entre las quebradas, atraviesan riachuelos y vertientes. Luego asoman en lontananza como lenguas en el horizonte cuajado de colores. Donde los atardeceres se engalanan con el lucero que brilla como un farol guiando a los viajeros.
La espesura se cimbreaba con la brisa de la primavera, donde reventaban los polvorines y la llovizna formaba pequeños arroyos, debajo de los arbustos espinudos. Allí es donde los quirquinchos bebían la frescura del agua recién caída del cielo. A veces venía un viento sur que remolinaba la copa de los toborochi, chañeres y mistoles. Las pavas levantaban bullicioso vuelo y los chillidos de los monos anunciaban la presencia del tigre del monte.
Los rancheríos se alumbraban con velas, en otros con lámparas de aceite que traían desde los campos de Sanandita. Allí solía brotar un espeso liquido negro, viscoso y que servía de combustible a los lugareños.
Siempre se  podía encontrar en el camino una venta de comida, beber un café negro con pan amasado o tomarse un buen trago de vino añejo de San Lorenzo.
Un buen día apareció por el sendero, el gaucho Aré montando su fiel caballo que llamaba Tarik. Y bien empinado en la mesa y con unas cuantas copas de Anís en la cabeza, solía repetir:
-          Mi buen caballo es tan fiero como el guerrero musulmán que conquistó España y otros reinos de Europa- El valiente Tarik- Señor del desierto y temor de los cruzados.
Los vecinos de aquellos lugares, se miraban entre sí y sonreían maliciosamente lo que el

turco decía, luego preguntaban:
-          Paisano- ¿y cuando vale su caballo?-
-          Mi buen corcel vale más que el puente de plata que une a Potosí con España-
-          ¡Pero es mucha plata amigo!-
-          Un buen caballo fino, de raza árabe como el mío... vale pues -su peso en oro-
Y seguía la charla y el vino, corría por la boca de los lugareños y el gaucho Aré trataba de ponerse erguido pero sentía que un peso le hacia corcovear-
-          ¡Qué buen bouquet tiene este anís!-
-          De donde trae paisano ese licor blanco que tan buen olor tiene-
-          Ah- Es el secreto de la mano y los alambiques de mi buen paisano, Jorge Barzón del pueblo de San Francisco Solano-
-          Ahhhhhhhhh- ¿ También lo toman los curas?-
-          Nó- Los curas solo toman el mejor vino blanco, es especial para ellos, lo traen de las viñas de Camargo. El anís es para todos los paisanos árabes que viven en el Chaco-es un lindo licor... ¿Desean probar un poquitingo?-
-          ¡ Nó-paisano!- nosotros somos vineros viejos.
Luego abandonaba a galope tendido el lugar y picaba espuela rumbo a Caraparí. Se avecindaba la fiesta de la Virgen MorenaLa Guadalupana”- Allí era el encuentro de todos los promesantes y adoradores de la zona-
Las calles del pueblito se engalanaban con guirnaldas de colores. Y las carpas hacían su agosto, entre guitarras, violines y el bombo que arrancaban una chacarera que hacia saltar chispas en las piedras con las espuelas del gaucho Aré, que trataba de seguir el baile

autóctono- Luego tiraba el poncho rojo y sobre el, un mazo amarillento de cartas para jugar
truco. Otras veces rodaban los dados y los hombres se encomendaban a la patrona para lograr unos buenos puntos. Al final el paisano repletaba el cinto con arrugados billetes, alistaba la montura y nuevamente tomaba el camino rumbo a otro pueblo donde otra fiesta le esperaba.
¡Ah!- los caminos del Chaco Boreal son generosos, árboles frutales, otros macizos de buena sombra- Campos tranquilos sin temor a bandoleros, solo con el cuidado de la cascabel. Y la araña mico-mico que podía voltearte y enviarte al mas allá- El Chaco es bello, tanto en invierno, como en otoño, pero con el calor del verano, ¡hace pelar al más bravo!.
El gaucho Aré había venido desde el Líbano a la Argentina. Estuvo un tiempo por Tucumán, luego Salta. Con un montón de telas de bien lino sobre el hombro, entró en la “Aguada de las Pavas”, a vender su mercadería. Y su peregrinaje le llevaron mas tarde a Palmar Chico. Vino la confrontación de la Guerra del Chaco, entre Paraguay y Bolivia.
Y comenzó su negocio de proveedor de víveres a la tropa boliviana. El Alto Mando se ubicaba en el pueblito de San Antonio, en la margen derecha del río Pilcomayo. Y es así como el buen paisano árabe se involucró en la contienda. Junto un grupo de valientes chaqueños conocedores de la región, buenos baquianos para rastrear en la agreste geografía.
Por las noches el gaucho Aré y su gente cruzaban la frontera entre Bolivia y la Argentina, aprovechando las sombras. Entre el monte camuflado llegaban a Tartagal, donde los paisanos le esperaban con los víveres. Cargaban la mercadería en robustas mulas y emprendían el regreso entre tortuosas quebradas, esquivando el paso de las patrullas de la gendarmería . Algunas veces tuvieron que amordazar a los soldados guardianes, sin

causarles daño alguno. Así podían tranquilamente pasar la carga al lado boliviano. Del otro
lado de la quebrada, el astuto gaucho Aré les hacia seña con el dedo. Al rato sentían la descarga de las armas de fuego de los calientes soldados, pero estas no alcanzaban a su gente y riendo emprendía viaje al pueblo de San Antonio.
Cierta vez cruzando las brechas al este del poblado de San Francisco Solano, fue sorprendido por una patrulla del ejercito boliviano. Fueron detenidos y traídos al Alto Mando. Allí fueron acusados de espías y que trabajaban para los “pilas” (paraguayos), no valieron las explicaciones. Los encerraron en una celda común. Los baquianos cantaron algunas coplas para matar el tiempo y el gaucho tiraba los dados con los soldados centinelas, los que caían como tortolitas a la astucia del turco.
Un día, la Maria Chali, una buena paisana le vió detenido y aviso a la comunidad árabe, la que era numerosa en la zona. No lograron convencer a los capitanes del ejercito boliviano. Entonces la Maria Chali, hizo colocar un radiograma a la Paz, donde estaba el capitán Quispe, quien había encargado al gaucho Aré, la misión del abastecimiento de la tropa. Llegó el último día, esa tarde sería el fusilamiento a los acusados de espías. Antes del medio día llega la orden desde el Alto Mando desde la ciudad de La Paz, liberar al turco y sus hombres. Los oficiales pidieron las disculpas del caso y el gaucho Aré y su gente terminó de farra por una semana, sabían salvado su pellejo.
Es así como el gaucho Aré vino a Palmar Chico, encontró a la Manuela una buena mujer trabajadora y le ofreció matrimonio. Pero el gaucho no dejó de jugar y de ir de pueblo en pueblo siguiendo las fiestas religiosas. Un buen día tal vez cansado colocó un hotel
en el pueblo de San Antonio. Al que llamó “Hotel Beirut”, muchos paisanos árabes tenían

su venta y restauran como el del tío Zurate como le decían amistosamente los niños. Por las
tardes mirando el río Pilcomayo bajar, se sentaban bajo los árboles a beber anís que solía traer el paisano Jorge Barzon, el famoso “Flores de Siria”, ¡Ay! ... que lindo licor decían los lugareños. Era blanco como la leche y había que mezclarlo un poquito con agua para bajar su aroma.
El gaucho Aré, volvió nuevamente a los caminos. Y en toda la comarca se hizo famoso su tapete verde, las cartas amarillentas y los dados rodar.
Su fiel Tarik, el buen caballo de pura sangre árabe conocía cada sendero y brecha. Aunque el gaucho dormitaba sobre la montura, el animal le retornaba a casa. La buena Manuela, a veces refunfuñaba y renegaba, mas el turco decía: -¡No mas habibi, ahorita me portare bien!- Mas las brechas, sendas y las fiestas le llamaban y ensillaba la bestia para luego perderse entre el monte. El caballo Tarik semejaba al viento por los caminos, serpenteaban quebradas, atravesaban cristalinas vertientes, al caer la tarde entraban a los pueblitos.
Despuntaba una mañana de primavera. El cielo se pintaba como un arco iris. Brotaban los mistoles, los toboroche y chañares. Las aves entonaban sus mejores gorjeos. Sonaron los violines y rasgaron las guitarras, alguien punteaba una chacarera y el sonido del bombo rompía el silencio.
La espigaba figura del gaucho Aré pasó raudo montando a Tarik. Los poblados quedaron atrás, rodeó la cordillera del Aguarague, dejando tras sí un polvo de estrellas, hasta perderse en lontananza. Vino un surazo que remolinó todo el chaco boreal. Destelló el cielo, los relámpagos estallaron en la serranía y llovió...el cielo pareció llorar por la partida del turco,
hacia el más allá.

Amir Ibn Tawfik
Copyright
Enero 2005
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Tuesday, September 27, 2011

JAZMÍN e ISAAC


JAZMÍN e ISAAC

Corría una fría brisa de otoño esa mañana de abril. Para Jazmín, una niña de 13 años recién cumplidos, este era el último día de clases.

La avenida yacía tendida de hojas color amarillento y marrón. Ella caminaba rápido en dirección al colegio y podía divisar a sus compañeros apurar el paso  al escuchar el sonido de la campana anunciando la hora de entrada.
Apenas logró despedirse de sus compañeras. Su madre le esperaba en el auto. Esta trabajaba como economista en la CEPAL, organismo económico de las Naciones Unidas para América Latina y el Caribe. La niña nunca conoció a su padre. El había intervenido en la guerra del Golfo Pérsico, cuando Irak invadió territorio de Kuwait. Allí cayó en una emboscada tendida por los árabes musulmanes que apoyaban al régimen de Sadam Huseim. Su madre al quedar sola, terminó su carrera en una Universidad de Nueva York. Y con él titulo bajo el brazo logró ingresar a trabajar en la ONU. Compartió su arduo trabajo, el estudio y el cuidado de Jazmín, la que siempre quedaba en manos de una familia árabe generosa.
La muerte de su abuelo Elías en Belén había apresurado su retorno a tierra Palestina. Su cansado corazón y los continuos asedios del ejército israelita. El incansable rugir de los motores de los tanques quebrantaron su frágil salud.
La abuela había muerto años antes a causa de una bomba lanzada por los aviones para amedrentar a los palestinos a abandonar las tierras donde luego se asentaron colonos judíos.
El viernes por la noche tomaron el vuelo que los llevó desde Santiago a Rió de Janeiro y luego Dakar, después a Egipto y desde allí viajaron a Jerusalén.
finalmente llegaron a la ciudad de Belén. En las afueras estaba la casita la que fue su última morada. Algunos familiares le esperaban. Una triste y desolada bienvenida. Mas tarde estuvieron en el cementerio donde depositaron sendas rosas rojas en la tumba de los abuelos.
El lugar tenia como fondo  a viejos olivares y estos, solían ocultar una colonia judía recién instalada. Entre la quietud del ambiente sobrecogedor, se dejaba escuchar el ruido de ir y venir de los vehículos de guerra detrás de las colinas. Unos niños palestinos jugaban en los campos aledaños y su risa infantil contrastaba con el llanto de los deudos en el campo santo.
Pasaron los días rutinarios en el nuevo hogar, como si nada. Jazmín salía a jugar con sus recientes amigas. Ellas asistían al colegio ubicado entre las ruinas de casas destruidas por una guerra injusta, de invasiones cotidianas, el avasallamiento a un pueblo que fue obligado a ser refugiado en los países vecinos. Los con mas suerte huyeron al extranjero.
Isaac tenía 14 años de edad, vivía en Nueva York. Su padre era médico y trabajaba en un consultorio en uno de los barrios del Harlem español. Esa noche recibieron una llamada telefónica cuando estaban a punto de cenar.
Era el abuelo que llamaba desde Israel. Daba una mala noticia, la abuela había fallecido a causa de un infarto.
La madre del niño había muerto en uno de los atentados en Tel-Aviv cuando aun era pequeño. Esto obligó a su padre a emigrar a Estados Unidos de Norteamérica.
Ya en tierra judía, visitaron el cementerio donde yacía la familia enterrada. Colocaron una hermosa corona de flores frescas, oraron y luego fueron al departamento donde vivió sus últimos años la abuela.
El abuelo tenía una granja en tierra Palestina. Allí se instalaron. Isaac solía recorrer los sembradíos acompañando al anciano. Mientras que su padre ya estaba trabajando como médico en la colonia, profesión muy necesaria en la región, a causa de los constantes ataques e incursiones de los palestinos.
Una mañana las tropas israelitas ingresaron a la ciudad palestina de Nazira. Helicópteros revoletearon por el cielo. Los soldados dispararon a los tejados. Tanques arremetieron por las calles destruyendo todo lo que se encontró a su paso.
Los niños del colegio fueron sacados de clase. Y los profesores subidos en unos camiones militares. Los escolares corrieron a casa. En el camino encontraron a  sus familiares, mas estos eran escoltados por patrullas fieramente armadas.
Jazmín sintió mucho miedo y corrió por las estrechas calles en dirección a la casa donde estaba su madre. Ella venia junto a unos vecinos, caminando con un monto de ropa envuelta entre alfombras. Una larga hilera de palestinos era conducida a las afueras del pueblo. Jazmín sintió la mano materna apretarse a la suya, y esto le tranquilizó
Al final del sendero habían construido un campamento de refugiados y allí fueron ingresando. El lugar estaba rodeado de alambres de púas. Y las carpas diseminadas en una larga fila y en cuyo costado formaban calles. Unos macizos pinos se alzaban, y uno que otro eucalipto rompía la monotonía del ambiente.
Isaac asistía a la escuela, ubicada cerca de la granja. A la salida acompañaba a su padre en su cotidiana visita  a los colonos judíos. Exámenes, recomendaciones o  algún medicamento era su receta y el cuidado necesario a los pacientes. Por estas acciones se hacia querer entre su gente.
Llegada la tarde subían al jeep y recorrían el resto de la colonia- Por el sendero vieron a algunos pastores palestinos con sus ovejas de retorno al campamento. Más allá encontraron a una anciana echada en el camino. El vehículo se detuvo y ambos bajaron. La mujer era una palestina herida en la cadera a causa de una bala. Ella se mordía los labios y no dejaba escapar un solo gemido de dolor, era demasiada orgullosa para que el enemigo viera sus lágrimas correr. El doctor examinó la herida, aunque la mujer se resistía, cedió a las suplicas del niño:
-          Buena mujer-dejad que mi padre te ayude... -¿por favor?-
-¡Un judío pidiendo favores! –se dijo para sí- Y dejó que el galeno curara su herida. El la tomo entre sus fornidos brazos y la llevo al jeep, en la parte trasera la recostó. Ambos subieron al vehículo y luego se dirigieron a la posta que administraba el padre de Isaac.
Allí la mujer palestina quedó al cuidado de las enfermeras. Estas eran voluntarias de la Cruz Roja Internacional. Por aquellos lugares estaba prohibido el paso de las ambulancias de la Media Luna Roja- Decían que por lo general la usaban los terroristas de Jamás para cometer atentados.
            Un domingo por la tarde, Isaac se acercó a observar como los niños palestinos jugaban  a la pelota. En uno de los arcos estaba una niña palestina, colorina, de pecas y ojos azules que le llamó mucho la atención. Esta corría y defendía su arco como un niño. Este se sonrió al verla caer a causa de una zancadilla de uno de los contrarios. Ella no se pudo levantar y cuando quería caminar rengueba. Isaac salió de su escondite y corrió a auxiliarla.
Los palestinos rodearon al niño judío. Ella le miró profundamente a los ojos y dejó que él,
le prestase auxilio. El niño sacó de su bolsillo una venda elástica que usaba para cazar pajarillos. Cubrió su tobillo, le alcanzó un palo y le ayudo a levantarse. Ella se quejó y se aferró al hombro de este. Él llama a los niños palestinos y le entrega a la niña. Luego se pierde en la colina rumbo a la granja.
Su padre estaba sentado en la galería, mirando el sembradío, fumando su pipa y con un periódico sobre sus rodillos. Sonrió al ver a su hijo y le preguntó:
-          ¿Cómo ha sido tu día, hoy en el campo?-
-          ¡Muy bien papá!- cazé algunas palomas y  perseguí a un zorro que se escondió en el monte seco-
-          Excelente hijo- ¿no extrañas a la ciudad de  Nueva York?-
-          No papá- aquí estamos mas tiempo juntos, en cambio allá era todo mas complicado-
-          Si-en verdad tienes razón-
-          Papá- -¿porque tenemos siempre que pelear con los Palestinos?-
-          La historia y la actualidad no nos deja ponernos de acuerdo.Vivir en armonía-Predominan la política y los intereses.
-          Entonces la política es mala, papá-
-          No, de ningura manera. La política es una ciencia- Pero a veces los hombres son ambiciosos y eso no conduce a nada....Bueno...ahora es la hora de cenar- Vamos- Ambos ingresan a la casa. La buena señora Judith, venia cada tarde a trabajar. Ella para la ocasión  había  preparado un exquisito pollo al horno el que colocó en la mesa y todos comieron tranquilos.
 Jazmín, yacía sentada ante la entrada de la tienda de campaña, observaba a los niños jugar en el camino. Su pierna había colocado sobre un cojín y su madre le observaba:
-          ¿Quien te auxilió?-hija mía-
-          ¡Sabes!- de pronto apareció un niño judío-El atino a ponerme esta venda- Fue muy amable de su parte-exclamó
-          Seguramente es un niño judío de las colonias vecinas-respondió ella.
-          Parece que no todos los judíos son malos- replicó la niña
-          El pueblo nunca es malo, los dirigentes son los que dividen, siembran odios. Nuestra tierra ya no es nuestra. Ha sido un error de las Naciones Unidas- Pero no te preocupes, algún día volverá a flamear nuestra bandera en toda Palestina. Libre, soberana, no mas avasallamiento, no mas muerte, nos mas atropello. Quiera Dios que tu lo veas y espero que yo también- Sabes, hija mía- Tengo plenamente fe que ahora con tanto odio de los políticos israelitas y sobre todo del ejercito, nos escuchan hoy en día mas las naciones. Hay plena conciencia que no habrá paz en el Medio Oriente, sino se repara este error histórico en contra del pueblo Palestino- explicaba
-          No entiendo de política mama-
-          Si lo sé- pero debes aprender y saber de tu tierra legítima.
-          Se escuchó el llamado a orar y un susurro a Allah recorrió todo el campamento.
 Y es así como cada tarde, venía el niño judío a mirar como los niños palestinos jugaban a la pelota. Ponía mucho interés en Jazmín, parecía un varón corriendo a salvar su arco, el que defendía con uñas y dientes. Ella se sentía cohibida al saberse que Isaac no le perdía detalle.
 Cierta tarde, se encontraron en la noria, donde iban las niñas en busca de agua. El niño le preguntó por su lesión:
-          ¿Cómo va tu tobillo?-
-          -Esta mejor- me has visto jugar a la pelota-no!-
-          Si-eres muy buena....
-          Gracias..... El le ayuda a sacar el cantaro con agua y le acompaña acercándola al campamento-
-          Hasta aquí te dejo!-
-          Eres muy amable, para ser un judio-
 El niño mas animado, no respondió y le besó suavemente en los labios-Ella se quedó anonadada. Vinieron sus amigas y caminaron al campamento con los cantaros con agua.
En los días venideros, fueron escasos encuentros furtivos entre los dos. Charlaron, rieron y nació una amistad como la floración del desierto en tiempo de las escasas lluvias.
Una mañana, el ejército israelita rodeó el campamento, y a través de altavoces pedía que los pobladores entregaran a tres palestinos acusados de atentados a los colonos. Los hombres, mujeres y niños salieron a lanzar piedras y palos a los soldados. Gritaron consignas y entonaron canciones de libertad y la devolución de su tierra.
Los soldados dispararon primeramente al aire. Luego los tanques ametrallaron a la multitud furiosa. Las balas alcanzaron a una docena de niños y entre ellos cayó mortalmente herida Jazmín- Su madre corrió gritando desesperadamente. Se escuchó el sonido de las sirenas de la Media Luna Roja y rápidamente el lugar se llenó de enfermeros, médicos y ambulancias. Los tanques se retiraron y llegaron también algunas ambulancias judías- En un jeep venia Isaac con su padre. Auxilian a los niños y la madre de Jazmín observa como el padre de Isaac trata de socorrer a la niña.
-          Mama... mamita... será que allá junto a Mahoma y Alláh nuestro pueblo tenga la paz tan ansiada- murmura la niña
-          Si... amor mío... allí siempre hay paz... pronto estarás junto a los dioses- responde la acongojada mujer.
La niña toma la mano del padre de Isaac y luego toma la mano de su madre y los une, luego exclama sus últimas palabras:
-          Paz para nuestros pueblos- alcanza a susurrar. Sus ojos se cerraron. Un coro de oraciones llenó el ambiente desolador.
Por las mejillas de Isaac rodaron sinceras lágrimas, tratando de comprender lo incomprensible. Al levantar la vista vio como una blanca paloma levantaba vuelo de entre los cipreses, luego se perdió en el cielo.


Amir Ibn Tawfik
Derechos Reservados
aamiribn@yahoo.com


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 Noviembre, 2002

La mujer pez


La mujer pez

Todas las tardes, en una pequeña ensenada Jacinto solía pescar usando una red tijera. Con el agua hasta la cintura y a veces hasta el cuello avanzaba por el agua más cristalina. En el medio de la corriente, el río era bochornoso, color rojizo y muy turbia. Los peñascos y piedras atajaban los trozos de madera y ramas que el río arrastraba.
Cuando había una luna grande y hermosa, la pesca era muy buena. Llenaba su bolsa y sentado en los bancos de arena, encendía una fogata y ponía el pescado a azar.

Un día, la noche fue cristalina, límpida y silenciosa. El río era sólo un susurro, cerca una joven se bañaba.
Jacinto; que descansaba sobre una pequeña playa muy blanda por la arena- se quedó mirando lo bien que se desplazaba, la misteriosa bañista.
-¿Quién será esa cuña?-
Pensó que estaba ante un espejismo, hacia 24 horas que no dormía-
Se levantó, y escondido entre unos  matorrales, esperó:
La joven, se acercó a la playa donde estaba escondido Jacinto... Era morena, de una larga cabellera, desnuda, su piel brilló a la luz de la luna. Jacinto-se quedó opa-mudo-sin poder respirar. La joven se recuesta en la arena mostrándose en toda su plenitud... Jacinto, tropieza, cae entre las ramas.
La joven pega un salto, levantada mira rápidamente en rededor. Corre al río, se lanza y se pierde bajo al agua.
Jacinto se arrastra. Mira y nada... parecía que el majestuoso río se la hubiese tragado.

Todas las tardes, Jacinto volvía a lugar. Se zambullía en el río y nadaba hasta la isla de arena y esperaba.
Pero se dio cuenta que cuando había mas luna llena, un maravilloso pez saltaba frente de el. Jacinto-se lanzaba al agua en su busca-y este-desaparecía por encanto.
Cierta noche, sé durmió-escuchó un silbido y luego un susurro como una canción en extraño lenguaje. Abrió los ojos y vio en la playa, allí donde solía pescar de pie a la misteriosa joven-como siempre desnuda-Jacinto-camina al agua y se lanza nadando en dirección de la playa- Al salir al otro lado-nada había-ni siquiera las pisadas de la joven en la fina arena blanca.
Jacinto, no era superticioso-encendió una fogata y se dijo:
-Luna, lunita-espíritu del río-¿Qué pasa?-responden solo los sonidos típicos de la noche-luego silencio-roto por el susurro del agua lamer las rocas y el canto de las aves nocturnas.
-Noche-OH sombras benignas que pintas de incógnitas mis pensamientos-¿estoy acaso embrujao?-
Y una brisa tibia, como u n susurro se pega al rostro... allí en a isla estaba la joven del cabello largo, levanta la mano-corre al río y se pierde nuevamente en la profundidad de sus aguas.
El corazón de Jacinto, parecía un caballo chúcaro, ya escapaba de su pecho y su respiración era un surazo...

Vivía este, muy cerca del río: su choza con paredes de palo colorado-y techo de palmas y ramas-Con la vista puesta en el río se dormía agotado a la hora en que las sombras eran abrazadas por un nuevo día.
            El sol estaba alto, quemaba como en sus mejores días, Jacinto quiso levantarse y cayó fulminado por una fiebre. Perdió el conocimiento... y murmuró:
-Ay-espíritu del río-estoy cayendo dentro de un volcán-Era la calentura de la fiebre-Todo era sombra, nada de luna-solo el viento caliente, Jacinto-murmuraba:
-OH, Luna-Lunita- se va mi alma volando sobre el follaje y mi corazón se ha prendió de la morena de cabello largo del río...
Su cuerpo saltaba-por la fiebre-A lo lejos los perros ladraban lastimeramente...
Una mano tierna-coloca hierba fresca  en la frente de Jacinto- Con arena mojada su cuerpo era refrescado.
 -Padre río...Madre Noche... que este humano se cure... de sus males...Y en extraña lengua elevó su cántico-Un guapajó-le dice:
-Makla...Makla-estas poniendo mucha atención al hombre-El espíritu del río se pondrá celoso y traerá desgracias a estos-
-No sabes lo que hablas-este humano-es, el tiempo, pasado y mañana...
El Guapajó-se corre a un toborochi y responde:
-No te engañes-reina del río-Tu corazón habla cual primavera en flor...
Levanta vuelo-perdiéndose en la noche-el río levanta una gigantesca ola y lo atrapa.

            Jacinto abre los ojos y todos los árboles habían florecido-los toborochis con sus mejores perfumes-las aves trinaban-in génesis matinal parecía darle la bienvenida-
-Espíritu del río-decidme la verdad-Acaso he soñado al sentir la dulce mano de al cuña del cabello largo.
Volvió la rutina-Levantó la red-muchos peces habían caído-Encendió una fogata-Y esperó que los peces puestos al palo se cosieran-
Tronó el cielo-Una tormenta como nunca se dejó caer-El cielo se llenó de culebrillas y destellos-Era el rugido de la madre noche-Jacinto corrió a su casa en busca de refugio-El río levantó su caudal amenazante-Como cruzaban las troncas y árboles enteros-arrastrados por la fuerza del agua-de pronto ve a la joven aferrada a una ramas que habían atrapado un remolino...
-La joven gritaba-El cielo destellaba-y sus truenos sonaban como carcajadas funestas-Jacinto-Se lanza al agua-La corriente le azota contra las rocas pero zafándose logra llegar a donde se encuentra la joven-Toma su mano-Sus ojos luminosos como ascuas de lucero le miran-Viene un gran tronco y le azota en la cabeza...la joven es arrastrada-Jacinto-con todas sus fuerzas logra alcanzarla-La sujeta contra su cuerpo-ella yace inconsciente-
El agua del río y la lluvia azotan su rostro-Alcanza por fin la otra orilla-al alza en sus brazos y la lleva a su choza.
-Hummm.... Humm...., repetía incansablemente la joven
 ¿-Qué haré espíritu del río?-se preguntaba Jacinto-
-Hummmm...hummmm...exclamaba la joven-quejumbrosamente.
Pasaron los días, llovió en los siguientes-Todo estaba entre sombras-La choza al interior era solo penumbras-Alumbrando los rincones los relámpagos y truenos. La joven ardía en fiebre y se estremecía sobre los cueros y esteras tendidas.
Había Jacinto perdido el tiempo-Agotado de la vigía sé durmió-La joven abrió los ojos y quiso levantarse-y se dejó caer nuevamente sobre las esteras... y el joven la cubrió con cueros de tigre y tambera.
-OH-madre noche-Padre río-Dadme fuerzas para volver a tus brazos-susurra la joven.
Jacinto abre los ojos-y  ve a la joven, ya mejor-Ambos sé miran-sonríen y se tocan las manos-Había una hermosa luna, tejía cuentas de plata sobre su lecho.-Una dulce brisa corría, casi tibia. Los rococó entonaron su monótono canto-A los días siguientes. Ambos nadaron en el río y se dejaban llevar por la corriente. De pronto Makla-como se decía llamar la muchacha-se pierde en las profundidades del remolino-temiendo lo trágico-se sumerge tras ella. Al final había un mundo nuevo: algas, arena blanca casi amarillenta y una luz muy blanca en el fondo. Los rayos de luna-teñían como un arco iris la profundidad-mas abajo entre quebradas submarinas estaba Makla como si le esperase-Jacinto no se daba cuenta que hacia rato se encontraba bajo el agua-La joven le toma la mano y lo lleva mas debajo de la profundidad-El siente pavor-Logra zafarse de esta, nada hacia la superficie y esta le pareció lejana. Sintió que le faltaba oxigeno-sus oídos estaban a punto de estallar-manoteó-La mano tierna de la joven, le atraen. Sintió unos labios tan puros en su boca y es como si el aire hubiese vuelto a sus pulmones. Abrió los ojos, allí frente estaba Makla sonriendo. A través de su mente escuchaba su voz que le decía:
-Seguidme-seguidme-no temas nada-
Bajaron y atravesaron la arena dorada.-abajo se divisada una aldea de rocas y torres-Había un nuevo día y se mostró en su magnitud un mundo sumergido, el hogar de Makla.

Unos pescadores a los días, encontraron río abajo, la red y el cuchillo de jacinto, su vestimenta rasgada entre las ramas y una tronca atajada entre las piedras...
-El río se ha tragado a Jacinto-exclamaron los hombres y se santiguaron.
Cuando volvían río abajo... vieron dos enormes peces saltar sobre el agua, parecían jugar. Cayó la noche y la madre natura reino por siempre en aquellos parajes pintados como acuarelas.


 Amir Ibn Tawfik
@ Derechos reservados
aamiribn@yahoo.com
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Beirut, Lebanon
 (Publicado en el Libro El Chaco y sus Letras-1997)