Saturday, February 18, 2012

El Cumpleaños de Don Carmen



El Chaco Boreal Sudamericano, es un área de cientos de kilómetros, cuyo clima es duro. Tiene una selva tupida, con arbustos espinudos bajos y otros árboles altos y macizos. Con una variada fauna salvaje, aves hermosas y una comunidad aborigen asentada desde antes de la llegada de los exploradores españoles.
El Chaco boliviano, es una extensa llanura, de pastura silvestre, con la que se  alimenta el ganado de raza Cebú, especie que soporta los rigores del clima. Y en esta área los primeros exploradores habían levantado sus ranchos. Vino la guerra del Chaco y muchos soldados licenciados se hicieron de tierras repartidas por el gobierno.  Así se inicio una zona ganadera por excelencia, en la cual algunas familias pioneras dejaron a sus hijos la misión de seguir la tradición y los nuevos habitantes aprendieron la faena de criar ganado y sudar con el sol que quemaba duramente.
Don Carmen y Don Natalio, dos hermanos, buenos jinetes tenían sus puestos ganaderos cerca de la frontera con Paraguay y la Argentina. Siendo hermanos sus caracteres eran diferentes. Don Carmen, alegre, bonachón y mujeriego. Mientras que Don Natalio, era tranquilo, reservado, generoso. Su semejanza era el amor a la tierra, buenos chaqueños y expertos en las artes de pialar, marcar y la doma de caballos salvajes.
Desde el rancho se podía divisar el ancho horizonte, mientras despertaba abrazando como un amante el cielo, los rayos solares. Las copas de los árboles brillaban y destellaban como guirnaldas de diamantes. A veces venia el surazo, caía el temporal de lluvia y viento que azotaba sin piedad a la arboleda y los techos de las casas. Al día siguiente aparecían lagunas donde venían los flamencos de pecho rosa a comer larvas y bañarse, eran cientos de bellos ejemplares que daban un espectáculo celestial a la comarca. También tortugas con su lento desplazamiento. Luego pasaban las bandadas de loros chillando, volando de sur a norte. Ya entrada la tarde volverían a cruzar los cielos, con su estridente trinar, volando a sus nidos y a los días siguientes repetir su instinto.
Apenas se descolgaban en el horizonte las ultimas estrellas y el lucero marcaba su presencia. Don Carmen y Don Natalio, tomaban su último mate. Luego ensillan sus caballos, galopan seguidos de algunos peones y una jauría de perros hasta perderse entre el monte bajo.
            Toda la mañana era la búsqueda del ganado esparcido. El que solía comer de los frutos tiernos que el monte daba. Al medio día, cuando el sol estaba en su centro. Detenían su jornada y buscaban la sombra de macizos toborochis. Donde tendían los ponchos, encendían una fogata. Colocaban la carne a asar atravesada con palos verdes. La pava hervía su agua. Mateaban, comentaban, reían y luego de comer, se echaban a dormir una siesta.
El sol quema muy fuerte en algunas épocas del año, por lo que los ganaderos esperan la fresca de la tarde, para seguir con las labores. Llegada la hora, ensillaban los caballos, montaban y con silbidos y gritos iban reuniendo el ganado, al que arreaban camino al puesto.
Los perros eran excelentes ayudantes y volvían al sendero a los Cebú que querían escaparse al monte. Además prevenían cuando escondida entre la hierba seca amarillenta, se escondía la víbora. Pero Don Carmen, con muy buena puntería, haciendo uso de su colt 45 daba muerte al animal. 
Cuando ambos hermanos eran jóvenes, solían ir a cazar  a la “Isla de los Jabalíes”. Allí don Natalio fue mordido por una víbora, quedaba aun su cicatriz. Don Carmen, le saco la sangre infectada succionando con su boca, escupiendo lo extraído a la tierra, luego con un cuchillo al rojo vivo le quemó la herida. Así le salvo la vida.      Solían ir a esa zona en cacería de  jabalíes salvajes. Estos eran  muy temidos por los peones y lugareños, eran animales malos y fieros. Por un mal tiro del rifle Winchester, fue herido un animal y este sangrando los persiguió enfurecido. Ambos hermanos tuvieron que subirse a un árbol y esperar a que la manada de los cerdos salvajes ya cansados abandonara el lugar. Bajaron casi de noche riendo, muertos de hambre y sed. Buscaron los caballos y retornaron al rancho. Donde fueron recibidos con una buena tratada por sus padres.
Caída las primeras sombras entraba el ganado a los corrales. De la vieja casona aparecían los niños y las mujeres que ayudaban en la faena.
Más tarde se sentaban junto a sus padres ya viejos ante el portal. Mateaban, comían charqui, queso, pan amasado y comentaban los trabajos del día. Su padre don Gumersindo les escuchaba y de vez en cuando les daba un consejo. Su buena madre doña Remedios, quería verlos casados bien y rezaba a la virgen morena “Guadalupe”, ante su imagen que había colocado en una gruta a un costado de la casona. Hasta allí solía venir gente de lejos a ponerle flores y encenderle velas, solicitar una manda o alivio para algún familiar enfermo.
            Un peón tocaba la guitarra, otro el bombo, una jovencita cantaba con buena voz una chacarera. Más tarde encendían una radio a batería para escuchar las noticias que emitía “radio nacional de Huanuni”, emisora que transmitía desde el norte minero. También escuchaban emisoras argentinas o paraguayas que llegaban con muy buena señal. Otras veces don Natalio oía las noticias de “La Voz de América”, su señal de audio iba y venía, en otras  mas estable. Cuando las brazas de la fogata se apagaban todo el mundo se iba a dormir. Al día siguiente era otra jornada de labor.
            Los fines de semana don Natalio solía descansar bajo una arboleda leyendo algún libro o los periódicos atrasados que traía el avión que venia desde las minas en busca de carne. Esta zona abastecía a las pulperías del norte. Cada día viernes llegaba a la pista la aeronave, un DC3 de dos motores, los que levantaban una gran polvareda al aterrizar y cuando levantaban vuelo. Los compradores pagaban en billetes y entregaban unos cuantos ejemplares de periódicos a los ganaderos. Así los puesteros se enteraban de lo que ocurría en el país.
             Don Carmen solía ir de visita a otros puestos ganaderos donde se jugaba truco. Bebían y había un grupo de cantores y unas cuantas jóvenes que alegraban a los hombres.
El rudo ganadero, siempre andaba en busca de jovencitas que con halagos y engañitos convencía y las llevaba al monte cuando caían las sombras. Las enamoraba con destreza y una vez poseídas les prometía este mundo y el otro. Cuando ya se cansaba de ella, iba en busca de otra.
            Cada dos meses bajaban al pueblo en busca de víveres. Durante una semana se enredaba con las chinas del “quilombo”. El hombre, era muy temido por su fuerza, rapidez con el arma y rápido con el puñal. Excelente jugador con las cartas. Se decía que había tumbado a varios hombres que se habían atrevido a quitarle alguna mujer o mirado feo. Y por eso las mujeres le admiraban y se sentían atraído por él.
            Había tenido como amantes a unas cuantas mujeres prohibidas. Cuyos maridos le habían jurado tumbarle un día. Don Carmen lo sabia y cuando bajaba al pueblo, se hacia acompañar por dos peones fieles que le cuidaban las espaldas, fieramente armados.
            Llegaba el día de cumpleaños de don Carmen. Toda la gente de la casona se preparaba para la fiesta. Habían traído hermosos cerdos, tamberas con linda carne, bastante vino y chicha. Refrescos, golosinas y dulces para las mujeres y niños.
            Por las brechas y senderos venían los hombres y mujeres, montando a caballo, formando largas caravanas. Atravesaban riachuelos, quebradas y durante dos o mas días algunos tardaron. Otros hicieron el viaje en solo uno, para llegar al puesto ganadero del festejado.
            Los perros eran los primeros en recibir a los visitantes e invitados. Toda la familia Soruco Téllez salía a darles la bienvenida y se iban instalando a los viajeros, en largas mesas ubicadas bajo fornidos toboroches y mistoles. Como cortavientos habían colocado eucaliptos que daban frescura y se sentía el olor de los árboles.
Los sirvientes iban haciendo correr los mates y bebidas frescas. Por la tarde ya se había juntado una gran cantidad de gente. Hasta habían venido desde Embarcaciones, Tartagal y otros lugares del norte Argentino como del sur de Paraguay. Eran familiares por el lado de don Gumersindo y doña Remedios. También amigos y ricos ganaderos de esas zonas acompañados de sus hijos. Los primeros en llegar habían sido los de San Francisco Solano, San Antonio, Palmar Grande y alrededores.
            Por la tarde los cantores animaban el ambiente. Al día siguiente era el gran festejo. La familia reunida en pleno, rodeado de amigos. Las sirvientes y peones colocaban refrescos, pastelitos, queso y otras menudencias. Don Natalio charlaba con las visitas alrededor de las fogatas. Mientras don Carmen, caminaba con su mate, observando y escudriñando una buena mocita.
            Se habían encendido los mecheros, y las llamas de las fogatas alumbraban bien. Los paraguayos hicieron sonar el arpa y sus guitarras. Y un grupo de jovencitas y jóvenes salieron a bailar. Había una hermosa joven rubia que debía de tener unos 15 o 16 años que bailaba como una diosa. Don Carmen se quedó boca abierta al verla. Tenía ella una piel muy blanca y sus ojos eran verdes. Sus pechos firmes y tiernos relucían con su traje blanco, adornado de cintas de color azul, rojo y blanco. Terminada la danza, ella corrió a juntarse con su familia. Don Carmen acompañado de un grupo de guitarreros  entonó unas coplas, siguió con unas cuantas chacareras. La jovencita le observaba, sintió el, que ella le sonría mucho. El disimuladamente le enviaba unos guiños. La joven reía y se sentía alagada por los mensajes de las letras de las canciones del chaqueño dueño de casa. Siguieron otros guitarreros y los invitados y familiares salieron a bailar. Así es como don Carmen fue en busca de la jovencita y la invitó a bailar. Y entre el gentío, el le preguntó su nombre:
-          Anahí- le respondió. Su voz era dulce y cristalina como el agua de las vertientes.
-          Tienes un bello nombre…sabes eres muy bella...pareces una aparecida.
-          Ay- No diga eso don Carmen…
-          Si –es verdad- ¡sos muy dulce y dan ganas de comerte!-
-          Ella riéndole le murmura al oído:
-          ¿Acaso usted es un tigre del monte?-
-          Mas que eso….
-          Como es eso?- pregunta la joven con su carita sonrojada
-           El girando y zapateando, acercándose le murmura:
-          La haría mía como un animal en celo…
-          Siguieron bailando. La noche se vino con todo y los invitados muy contentos como así los dueños de casa.
-          Pero don Carmen, usted debe tener muchas amantes, dicen que es muy mujeriego…
-          El soltó una carcajada y le dijo:
-          Usted es muy segura y ha escuchado lo malo- ¡No es así!- Es que la vida del campo es dura- Y a veces hay que buscar una entretención, pero mi corazón esta libre y busca una mujer como usted…
-          Así también le dirá a las otras que le miran-
-          Don Carmen, de reojo vio como la Amalia, la mujer de su vecino Santos no le perdía pisada.
-          Escúcheme usted Anahi. ¡La voy a esperar detrás de los eucaliptos en un ratingo para seguir la charla!- Y diciendo esto la llevo donde estaba su familia y agradeció a todos y brindo con ellos un vaso de chicha de mistol.
-         Don Carmen, se acerco donde la Amalia. Le saludo y le hizo una seña. Este se perdió en dirección de los corrales. Allí se quedó esperando. Se divisaban las llamas de las fogatas y las sombras de los bailarines. La música se dejaba oír salpicando el ambiente. Al rato vio la sombra de la hembra venir. Sin decir nada ella se le lanzo a los brazos y le beso ardientemente. El la alzó colocándola contra los maderos, levantó su falda. Unidos ambos ardientes se lamieron como perros en frenesí. Ella gimió, y se dejo amar por el fornido macho. Pasada la euforia, el se arregló la ropa y caminó a la arboleda de eucaliptos. Mientras la mujer tomaba otro sendero para acercarse al grupo.
-         Don Carmen, esperó un largo rato sentado sobre una tronca caída. Los grillos entonaban su monótono concierto. Los curicusis pasaban como diminutas linternas. De pronto sintió el sonido, alguien pisaba las hojas secas y vio a Anahí venir y sentarse a su lado.
-         Ve don Carmen, aquí he venido a escucharle-
-         El la abrazó y le besó en la boca sin dejarle hablar. La apretó fuertemente, ella quiso deshacerse, pero sus fornidos brazos y el calor de sus labios fueron venciendo su resistencia.
      Las manos de él, apretaron y acariciaron sus limones tiernos. Su boca ardiente los besó y ella cayó rendida. La joven dejó escapar un grito, mordió el cuello de el, al sentir desgarrarse bajo su vientre. Luego del dolor una dulce sensación y acompañó los movimientos y juntos galopearon por la pradera de color rosa y estrellas, hasta explotar.
-         Así quedaron abrazados por largo rato. A los gritos de los sirvientes llamando a don Carmen. Se despidieron para verse al día siguiente.
-         Faltaba poco para la medianoche. Y en escasos minutos comenzaría el gran festejo al homenajeado . Los músicos no paraban de tocar. Don Gumersindo y doña. Remedios bailaban. Don Natalio lo hacia ahora con una joven ganadera de Resistencia, alta y de fina cintura, -¡muy linda la gaucha!-. Murmuraban sonriendo los padres. Don Carmen bailaba con una prima de Caraparí, que le hacia ojitos y los padres de ella veían con buen ojo un casamiento entre ambos.
-         Y así se pasaban las horas y el vino corría como agua. Fueron acercándose las mujeres en busca de don Carmen para sacarlo a bailar y tomarse un trago en su honor.
-         La hermosa Anahi no perdía detalle y sintió celos. Don Carmen a ratos le miraba y le hacia guiños. Por fin ella le vio venir y muy feliz le acompañó a la pista. El bailab como en sus mejores estrenos. Toda la paisana le dió campo y dejaron a la pareja girar y zapatear la tierra generosa del Chaco Sudamericano. Y entre aros y aros venían a darles un trago de vino. El rudo chaqueño y la suave jovencita paraguaya, parecían dos tórtolos en pleno enamoramiento. De pronto don Carmen en uno de sus giros rodó sobre la mesa. Cayeron y se rompieron los vasos y botellas. Un gran griterío se armó. De un santiamén se callaron los cantores. Don Natalio y otros amigos tomaron el cuerpo de don Carmen lo llevaron al interior de la casona. Trataron de animarlo. Primero pensaron que estaba borracho, pero su hermano presintió  un infarto y trato de animarlo dándole golpes al pecho.
-         Anahi corrió al lado de don Carmen le tomó el pulso y gritó:
-         Está muerto!-…está muerto! Y cayó a sus brazos llorando, con sus lágrimas cubrió sus mejillas y sus labios ya blancos.
-         Vinieron sus fieles galgos, los que se ubicaron a sus pies  y aullaron lastimosamente. El viejo reloj de madera en la sala tocó las doce campanadas. Todos elevaron una oración y luego siguieron los responsos por el chaqueño.

Amir Ibn Tawfik Simon
Asunción, 1991 (Paraguay)
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