Rio Pilcomayo |
El río como siempre bajaba con un gran rugido…Las rocas eran lamidas con una viscosa lengua, ramas y troncas eran arrastradas por la corriente. El rugido era estremecedor…las aves con sus gorjorios y el sonido típico del Chaco al amanecer. La mano artista de la madre naturaleza pintaba el cielo de colores furiosos, rojo, naranja, amarillo, contra un fondo azul tibio, más celeste o mejor color turquesa…Los árboles, las ramas y los arbustos de verde, verde claro y pastel.
Esa madrugada el río se veía dibujado de pequeñas figuras, eran los aborígenes que cumplían su rito matinal…pescar…los rayos de sol hacían destellar la escama de los peces como diamantes y rubíes de miles de colores. Las redes tejían el agua…laboriosas manos tendían y arrastraban la red repleta de pescados. Y el canto de los Weenhayek cual sinfonía de los dioses profundos, generosos que moraban en lo infinito del Chaco, despertaban y observaban…
Los hombres blancos llegaron con sus atavíos y se asentaron en la orilla, otros sobre las rocas en“La Angostura”, otros más debajo de la Peña Colorada. El dios del río era también complaciente con estos y entregaba generosos ejemplares…
- Mirá, mirá Julio que gran surubí he agarrado…exclama Maria-alzando el hermoso pez.
- Yo, he llenado mi saco. Es suficiente. ¡No saquemos mas!- responde Julio.
Alzando la red, se encaminan a una ensenada cercana y se sientan a azar los pescados.
Las primeras sombras caían sobre el paisaje. A lo lejos, el lucero como un faro, anunciaba el término de un nuevo día. Volvió la sinfonía de la noche con sus típicos arpegios…
-¡Qué hermosa noche!-dice María- Mientras que los aborígenes eran sombras plañideras sobre las aguas del río. Pequeñas lucecitas se desplazaban y el canto agradecido a los dioses de la naturaleza envolvía todo en rededor.
- ¡Vamos a matear, esta noche estará fresca!-dice Julio
Maria, era una joven nacía en las cercanías del río, que desde pequeña su padre solía llevarla a pescar. Julio, un joven vecino de la casa de Maria. Habían crecido juntos desde pequeños, eran casi hermanos. Ambos amantes de la naturaleza. El paisaje infinito, cada mañana un amanecer distinto. Atardeceres tan mágicos que no había mano de artista magistral para plasmar tanta belleza…
- La próxima semana ya no debemos pescar. Sino el Biborón castigará al río y no habrá mas pescados-dice Maria
A lo que Julio, echándose sobre las ramas que había tendido como cama, responde:
- María, nadie más que nosotros y los aborígenes sabemos que la naturaleza es sabia. Sacar lo justo para comer, para el día. Cortar el árbol viejo. Cazar charatas, urinas, gualacates, sólo para subsistir…
- ¡Esperemos que nos vengan los forasteros a matar al río!-responde Julio.
La noche se hizo mas intensa. Y todo se vistió de gris y penumbras…Una sombra gigantesca avanzaba por el centro del río…unos ojos amarillos que destellaban y por la boca fuego echaba al resoplar. Las aves nocturnas levantaron vuelo, los árboles se estremecieron y los arbustos temblaron, doblándose como finos hilos. Los aborígenes salieron del agua y se metieron entre el monte….
-”El biborón…el biborón”- gritaron despavoridos
Maria y Julio que se habían dormido, despertaron y vieron como pasaba lentamente la sombra siniestra. Un imponente guardián del río se recortaba en la negra noche.
El río se llenó de forasteros, tiraron sus redes, sus palos…En chalanas surcaron las aguas todo el día y las otras noches. Entre las risas de los hombres, sus guitarreadas, sus peleas. El canto plañidero de los aborígenes bañaba el lugar. El sonido de la noche se hizo fúnebre. Vino el surazo, los truenos y relámpagos sonaron como latigazos…y vino la tormenta. Los hombres seguían cantando, maldiciendo y tirando redes, estrujando al máximo al río, como aves de rapiña. Los otros quemaron árboles para alumbrar la noche oscura, mas el agua apagaba las llamas.
La sombra gigante comenzó a desplazarse río abajo, salía de su morada el dios del río. La luna se cubrió vistiéndose de luto…
-¡Mala suerte!-exclamaron los lugareños y los forasteros rieron:
-¡Vaya gente supersticiosa!-exclamaron los hombres.
-Sigan, sigan sacando pescados muchachos, es la ultima noche-decían otros
Maria y Julio, se cobijaron en la choza donde solían pecnoctar cuando iban al río. Sintieron miedo. Algo malo pasaría-se dijeron
-¡El río está creciendo peligrosamente!- exclamó Julio
-¡Cielos!, se ha enojado de veras el dios y el guardián-responde María
Se escucharon gritos de auxilio entre los truenos y el viento. La figura del “Biborón” se agigantó, sus ojos echaban llamas y su aliento quemó la arena y los arbustos. Gritos…mas gritos, maldiciones, mezclados con la furia de la naturaleza contra los forasteros que habían desafiado al espíritu del río.
-¡Nunca más!… ¡nunca más!… ¡auxilio!…perdóname Dios…-era la plegaria.
A la madrugada siguiente, vino la calma. El canto de los aborígenes se escuchaba aún, el río era una mansa taza de leche. Las avecillas trinaban, corría una brisa suave y las garzas levantaron vuelo, perdiéndose en lontananza.
Amir Ibn Taufik
Esmeralda, mayo de 1987
© Derechos Reservados
Lebanese Emigration Research Center
Cultural Patrimony NDU
Notre Dame University-Zouk Mosbeh
Beirut, Lebanon
(publicado en el libro “El Chaco y sus Letras”,1997)
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